''Ella lo esperó día y noche durante los muchos meses que duró su ausencia. Meses en los que lo olvidó por breves instantes de tiempo, en los cuales su corazón se hizo muy pequeño. Ella lo esperó como espera una madre a su hijo. Sentada en la silla, con paciencia, con cariño. Y esperó, siguió esperando, y no se cansó. No recibía cartas. Él estaba bien y eso era lo único que le permitía a ella seguir de pie. Una noche de invierno ella decidió escribirle la verdad. Dejarlo para siempre, olvidarlo, cosa que no había hecho en tantos meses. Olvidarlo. Dejarlo. Hacer como si él no fuera nadie. Era lo mejor, pero él, cuando se enteró, no la dejó marchar. Volvió a su vida de una forma tan fugaz que parecía que nunca se hubiera ido. Una noche, dejó bajo su puerta una pequeña nota que decía: Adios. Él se volvió a ir y ella sobrevivió. Sobrevivió de la manera más compleja que existe, a base de fuerza y sonrisas, a base de saber que ya no le quería, pero que le quiso, eso nunca lo dudó. Y ella esperó. Cerró las puertas de todo lo maravilloso que encontraba a su paso. Ella un día le dijo adiós, y él no la quería, pero no podía soportar que se fuera. No, no quería. La había protegido durante tanto tiempo que el simple hecho de que se fuera, de que decidiera que no era necesario en su vida, le aterró. Y de nuevo volvió. Nadie lo querría como lo quería ella, eso lo sabía. Aunque olvidaba sus besos entrelazados de sonrisas burlonas. Pero no la olvidaba. ¿Y ella? Ella siguió esperando, y ese fue su gran error, quererle. Aunque al final, como en todas las historias malas y baratas del amor que nos venden, fueron felices y comieron perdices. Pero no estaban juntos y esa es la realidad. Aunque se quieran, él no fue valiente y ella lo amó con locura. Dos errores tan pequeños que no supieron arreglar un domingo.''
lunes, 12 de abril de 2010
Ese fue su error.
''Ella lo esperó día y noche durante los muchos meses que duró su ausencia. Meses en los que lo olvidó por breves instantes de tiempo, en los cuales su corazón se hizo muy pequeño. Ella lo esperó como espera una madre a su hijo. Sentada en la silla, con paciencia, con cariño. Y esperó, siguió esperando, y no se cansó. No recibía cartas. Él estaba bien y eso era lo único que le permitía a ella seguir de pie. Una noche de invierno ella decidió escribirle la verdad. Dejarlo para siempre, olvidarlo, cosa que no había hecho en tantos meses. Olvidarlo. Dejarlo. Hacer como si él no fuera nadie. Era lo mejor, pero él, cuando se enteró, no la dejó marchar. Volvió a su vida de una forma tan fugaz que parecía que nunca se hubiera ido. Una noche, dejó bajo su puerta una pequeña nota que decía: Adios. Él se volvió a ir y ella sobrevivió. Sobrevivió de la manera más compleja que existe, a base de fuerza y sonrisas, a base de saber que ya no le quería, pero que le quiso, eso nunca lo dudó. Y ella esperó. Cerró las puertas de todo lo maravilloso que encontraba a su paso. Ella un día le dijo adiós, y él no la quería, pero no podía soportar que se fuera. No, no quería. La había protegido durante tanto tiempo que el simple hecho de que se fuera, de que decidiera que no era necesario en su vida, le aterró. Y de nuevo volvió. Nadie lo querría como lo quería ella, eso lo sabía. Aunque olvidaba sus besos entrelazados de sonrisas burlonas. Pero no la olvidaba. ¿Y ella? Ella siguió esperando, y ese fue su gran error, quererle. Aunque al final, como en todas las historias malas y baratas del amor que nos venden, fueron felices y comieron perdices. Pero no estaban juntos y esa es la realidad. Aunque se quieran, él no fue valiente y ella lo amó con locura. Dos errores tan pequeños que no supieron arreglar un domingo.''
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